Edward Djerejian

Edward Djerejian

“¿Dónde están los Nelson Mandela?” pregunta Edward Djerejian, sentado, inclinado hacia adelante, en su despacho de la Universidad Rice en Houston. “No veo a ningún Nelson Mandela en Turquía. No veo a ningún Nelson Mandela en Azerbaiján. No veo a ningún Nelson Mandela en Armenia. Necesitamos uno. El gran desafío de Armenia hoy es la reconciliación con sus países vecinos”. Si hay alguien que puede hacer una pregunta así, es Djerejian.
 

Debido a las vivencias de su familia en Armenia, Djerejian decidió dedicar su vida al servicio diplomático a una edad en la que la mayoría de los jóvenes aún luchan por descubrir quiénes son y qué carrera profesional desean seguir. “Aún estaba en la escuela secundaria en Nueva York cuando escuchaba historias acerca del Genocidio, contadas por mis padres.  

 

Comencé a pensar: ‘¿por qué sobreviví? ¿Por qué estoy aquí, cuando tantos otros murieron?’

Sentía que de alguna forma debía honrar a aquellos que no fueron tan afortunados como yo y, al mismo tiempo, contribuir con los Estados Unidos, el gran país que les dio refugio político a mis padres. 

Djerejian prestó servicios diplomáticos bajo ocho presidentes norteamericanos, incluyendo su cargo de embajador en Israel. Sin embargo, fue su labor en Damasco lo que él considera una experiencia particularmente emotiva, ya que fue en Alepo, en el norte de Siria, donde su padre, Bedros, escapó de la muerte. Tras perder a sus dos padres en manos de los turcos otomanos, Bedros fue obligado a emprender una marcha, junto con otros armenios provenientes del pueblo natal de su familia: Hadjin (actual Saimbeyli, en el sur de Turquía) hacia Deir-el-Zor en los desiertos sirios. Cuando estos exiliados llegaron a Alepo, Bedros logró escaparse y una familia árabe-siria le dio refugio y lo empleó como mozo de establo para que cuidara de sus caballos.

Mientras estaba trabajando para la familia, descubrió que dos muchachas armenias que habían quedado huérfanas, como consecuencia de la marcha de la muerte, habían sido llevadas a la vivienda de un oficial militar turco para incorporarlas a su harem. Bedros estaba tan furioso que viajó solo a caballo para rescatarlas y las llevó al resguardo de una iglesia armenia en Alepo. 

La historia podría haber terminado allí, pero las dos muchachas tenían un hermano mayor en Worcester, Massachusetts, que se había convertido en ciudadano norteamericano. Él se las ingenió para traerlas a los Estados Unidos, donde ellas le explicaron cómo Bedros las había salvado.  

De alguna manera, en aquellos días sin internet, el hermano logró localizar a bedros en el robert college de estambul y patrocinó su emigración. 

El hombre, cuyo nombre no está documentado en los archivos de la familia Djerejian, ayudó a Bedros a instalarse en Worcester y Watertown, Massachusetts, donde abrió un almacén. 

Mientras estaba en Massachusetts, Bedros conoció a una mujer que más tarde se convertiría en su suegra. Fue durante este primer encuentro en el que ella le mostró una fotografía de su hija, Mary Yazudjian, quien también había escapado del Genocidio y consiguió llegar a La Habana, Cuba, gracias al orfanato danés dirigido por María Jacobsen en Biblos, Líbano. “Se sintió cautivado por la imagen de la joven mujer”, recuerda Djerejian. “Por lo tanto viajó a La Habana, la trajo de regreso y se casaron”.

Los padres de Djerejian eran los clásicos inmigrantes que buscaban darles a sus hijos una vida mejor. “Mis padres querían darme a mí y a mi hermano las oportunidades que ellos nunca tuvieron. Me ayudaron a tener la mejor educación que podían darme y me alentaban para que llegara a ser algo, para que me destaque”.

 

Ciertamente, se destacó, como lo atestiguan las paredes de su despacho en Rice. Hay fotografías con prácticamente todos los líderes mundiales que se puedan mencionar, desde George H. W. Bush, hasta Nelson Mandela. Desde su oficina dirige el Instituto Baker, que ocupa el noveno puesto en la lista de grupos de expertos, afiliados a universidades, con mayor influencia del mundo. El instituto se centra en la política energética, la salud y las ciencias biológicas, el Medio Oriente, México y la política impositiva y fiscal. 

 

A raíz de la experiencia dolorosa que atravesó su familia, mientras trabajaba en Siria, Djerejian forjó una relación profesional cercana con el entonces líder del país Hafez al-Assad. Cuando Djerejian se presentó ante él como el nuevo embajador norteamericano, le contó a Assad que nació en Estados Unidos como consecuencia del acto heroico que había realizado su padre al salvar a dos niñas en Siria. 

“Si alguien le hubiera dicho a ese joven muchacho armenio, que acababa de perder a sus padres en el genocidio, que su hijo iría a damasco como embajador norteamericano, él hubiera respondido ‘eso no es posible’. Pero fue exactamente lo que ocurrió. 

Assad se sintió inmediatamente cautivado por la historia. Conseguí su atención. A lo largo de los tres años que viví allí me reuní con él en varias oportunidades. Avanzamos mucho. Pude trasladar el doloroso legado del Genocidio a mi trabajo diario”.

Djerejian desanduvo los pasos de su familia a Alepo muchas veces. “Quedé fascinado por Alepo. Es una ciudad hermosa –o lo era. Hay mucho menos para ver de Alepo hoy, a causa de la guerra sectaria que se está librando”. Lamentablemente, no hay ningún registro del tiempo en que su padre vivió allí, del lugar donde trabajó, ni de dónde rescató a las muchachas armenias.  

La participación de Djerejian en la resolución de conflictos en una de las regiones más turbulentas del mundo le otorgó una perspectiva y una autoridad únicas para abordar los asuntos inherentes a la Armenia actual. “Creo que es importante y necesario que nos corramos de la victimización del Genocidio y nos movamos hacia el futuro de la cultura armenia, la nación armenia y el pueblo armenio, dondequiera que sea”, dice. Está convencido de que es hora de que Armenia encuentre una nueva estrategia nacional e internacional en pos de su prosperidad.

 

 

“El mejor legado que les podemos dejar a aquellos que murieron durante el Genocidio es trabajar en serio por una Armenia próspera, segura y pacífica.  Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance como Diáspora para ayudar a que Armenia sea un país con estabilidad, que logre lidiar con el entorno peligroso y aislado en el que está ubicado”.

¿Cómo se logra eso? La prosperidad de Armenia no es posible sin la reconciliación con Turquía, cree Djerejian. “El primer paso es abrir las fronteras y restablecer los vínculos comerciales y económicos entre ambos países”.

Esto no redunda sólo en el interés de Armenia. La reconciliación constituye también un atractivo para Turquía, afirma. “Armenia es un factor importante porque es una nación cristiana y si Turquía hiciera las paces con un país cristiano limítrofe, obraría en su favor. Facilitaría su ingreso a la Unión Europea. Armenia en sí no es una amenaza estratégica; es un país muy pequeño. Pero es una amenaza cultural e ideológica, generada por el Genocidio, acerca del cual los turcos están tan susceptibles”.

 

La resolución de conflictos es crucial, “porque sin paz y sin seguridad, Armenia no podrá prosperar. El gobierno armenio, por lo tanto, tiene la responsabilidad de emplear y generar diplomáticos y políticos que tengan como visión hacer de Armenia una nación más próspera y segura”.

 

“La comunidad armenia debería abocarse a esa tarea en este momento. Entonces, la pregunta es: ¿dónde están los Nelson Mandela? Esto constituye el gran desafío de los armenios hoy”.

 

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES